Martí
José Nuestra América. Revista Ilustrada
De
New York, Estados Unidos 1891.PP133-139.
Cree el aldeano vanidoso que
el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique
al rival que le quito la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da
por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas
en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de pelea de las cometas en el
cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos. Estos tiempos no son para
acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas almohadas, como los
varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras.
Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.
Una idea enérgica, flameada
a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón
de acorazados. Los que enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren
los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa
mejor, han de encajar, de modo que sean una de las manos. Ya no podemos ser el
pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando
o zumbando. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque
les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. El gobierno ha de nacer
del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno
ha de avenirse a la constitución propia del país. La masa inculta es perezosa,
y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero
si el gobierno le lastima, se lo sacude y gobierna ella. El premio de los certámenes
no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país
en que se vive. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único
modo de liberarlo de tiranías. Los políticos nacionales han de remplazar a los políticos
exóticos. Con el estandarte de la virgen salimos a la conquista de la libertad.
Unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México la república en hombros de
los indios. Con los hábitos monárquicos, y el sol por hecho, se echaron a
levantar pueblos los venezolanos por el norte y los argentinos por el sur. El
problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu
con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto
a los intereses y hábitos de mando de los opresores. La colonia continuó
viviendo en la república; y nuestra América se está salvando de sus grandes yerros. Las formas de gobierno de un país
han de acomodarse a sus elementos naturales. Los pueblos han de tener una
picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a
tiempo la verdad. La generación actual lleva a cuestas, la América trabajadora;
del Bravo a Magallanes, sentado en el
lomo del cóndor, por las naciones románticas del continente y por las islas
dolorosas del mar, la semilla de la América nueva!
Daniela
Núñez.